Cuando la pobre sombra se desvanece, conservamos por un tiempo (unos instantes, unos días, quizás unos meses) la viva impresión de haber estado en la verdad; finalmente, incluso esta viva impresión muere, y deja apenas la sensación de un recuerdo.
Recién allí, cuando ya casi no queda nada, cuando pocos recuerdan el nombre y ninguno exactamente el por qué de su grandeza, se cumple por primera vez la entera verdad del arte y el artista, que no consistía en una lección de esto o aquello hermoso, esto o aquello verdadero, sino la puesta en obra, la póiesis, de la finitud y nonada humanas, que deja obra.
Un 14 de julio de hace 90 años, nacía en Estocolmo "Pu", el pequeño Ingmar, que sería luego Ingmar, luego el grande, el enorme Ingmar, y luego, un 30 del mimso mes, pero de hace un año, moriría, y no sería ya grande ni enorme ni Ingmar. Y -aprendida la lección de Hamlet- con los manjares que, calientes, celebramos el cumpleaños, nos consolamos, ya fríos, en el funeral.
¿Dónde estás ahora, espíritu que amó la tierra?
¿dónde te consumes, carne sensual encendida siempre?
¿que nombre has guardado para ti, que has dado nombre a tantas cosas?
¿qué rostro has conservado para ti, que has dado forma a tantas caras?
Si estas pequeñas sombras que agitamos un rato en el proscenio
viven, muertas, en una tierra de sombras,
lleva allí algo de amor a la tierra,
algo del fuego sensual que hace brillar la vida,
sopla algunas de tus muchas palabras y haz revivir las sombras,
une hueso con hueso y nervio con nervio,
ponles de nuevo rostro en su tierra de sombras.
Y así, cuando toque a las sombras volver a la sombra
conservarán, no de tu palabra, sino
de tu amor a la tierra,
de tu llama,
una esperanza...
No hay comentarios:
Publicar un comentario